En mi última publicación, reflexioné sobre conversaciones recientes con miembros de nuestra comunidad, y las ideas, los desafíos, los avances y las preguntas que todos encontramos en varias etapas de nuestro estudio y práctica.
Si te perdiste la Parte I, donde hablé de las etapas de Principiante (“Elijo algo diferente”) e Iniciado (“Elijo evolucionar”), puedes leerlo aquí.
Lo dejé en el punto de nuestra práctica en el que nos hemos vuelto competentes en la creación de nuevas experiencias; lo suficientemente buenos como para producir un resultado. Por lo tanto, es lógico que si lo hemos hecho una vez, seamos capaces hacerlo de nuevo... y así, evolucionar hacia un nivel de maestría.
El Maestro: “Elijo la excelencia”
Cuando hemos dominado algo, significa que no solo podemos hacerlo ocasionalmente una, dos o tres veces, sino que podemos recrear sistemáticamente ese resultado una y otra vez. Nos sale naturalmente y automáticamente. Hacemos que parezca simple y fácil. Podemos crear de una manera única repetidamente.
En esta etapa, la respuesta de lo que estamos haciendo —el resultado de nuestro comportamiento— tiende a ser más refinada, más concentrada, más directa; más especifica. Es más fácil crear resultados con menos tiempo y energía.
Lo que nos lleva allí es la práctica. A través de la experiencia repetida, podemos condicionar neuroquímicamente (neurológicamente: la experiencia enriquece los circuitos cerebrales; químicamente: las emociones son el producto final de la experiencia) la mente y el cuerpo para que funcionen como uno, hasta que el cuerpo sepa cómo hacerlo mejor que la mente consciente.
Esto es maestría: el acto esencial de crear un resultado específico tan a menudo que nos hemos convertido en el conocimiento.
Una vez que hemos conseguido esto y lo hemos hecho tantas veces que en cualquier circunstancia, cualquier condición, podemos producir un resultado sistemático, entonces se vuelve predecible. Ahora es tan familiar, está tan arraigado en nuestra mente y cuerpo, que se ha vuelto subconsciente. Ahora podemos producir un resultado a voluntad. Eso es excelencia.
Durante mucho tiempo se pensó que la maestría era el pináculo; lo más lejos que uno puede llegar en cualquier actividad o práctica. Pero al elegir la excelencia, el verdadero maestro no estará satisfecho con detenerse aquí. El verdadero maestro, que reside en un estado de asombro, se pregunta: "¿Qué sigue?"
El Virtuoso: “Elijo el desafío”
Si la maestría es ser capaz de reproducir naturalmente un resultado a voluntad, entonces virtuosismo es ser capaz de abordar las condiciones más desafiantes, las situaciones más impredecibles, las circunstancias más abrumadoras... y utilizar todo el conocimiento, la experiencia y los recursos que hemos dominado para crear un resultado aún mayor e inesperado que el que habíamos imaginado originalmente.
Como maestros, podemos desempeñar una habilidad con tanta excelencia que el resultado es predecible. Pero como virtuosos, invitamos un componente de incertidumbre, por lo que no podemos predecir lo que sucederá a continuación.
La mejor manera de hacer eso es desestabilizar el sistema; crear un estado mental en el que hay tantos estorbos sensoriales que parecen ser caóticos, que haría que la mayoría de la gente perdiera el equilibrio. Pero para el virtuoso algo nuevo surge de ese lugar de lo desconocido. Es aquí cuando se produce un desempeño increíble.
Cuando estamos en este estado sublimemente creativo, prosperamos en lo desconocido. Ejecutamos en lo impredecible. Nos sintonizamos con la gracia y la presencia pura. Estamos tranquilos y serenos. Estamos relajados y despiertos. Estamos completamente enfocados y presentes en el momento, como si el tiempo se detuviera, y no nos inmutamos por lo que sucede a nuestro alrededor.
Los virtuosos anhelan lo desconocido. Y en ese momento fresco y nuevo de lo desconocido, somos capaces de concebir un nuevo resultado, y con calma traerlo a la existencia. Superamos la etapa de recrear los resultados hasta que se conviertan en algo habitual... y pasamos a un lugar de pura improvisación; un estado de creatividad ilimitada.
Esta compostura y destreza es lo que hace que los verdaderos virtuosos —atletas de élite; músicos de renombre; grandes artistas— sean tan convincentes. Cuando presenciamos a alguien en este tipo de flujo, nos deja sin aliento. No podemos predecir el resultado de sus circunstancias —por muy extrañas, adversas o inestables que sean— porque estamos observando el asombro y la curiosidad en juego.
Estamos viendo a alguien en el apogeo de sus poderes crear en el momento. En otras palabras, el virtuoso en realidad no sabe lo que va a hacer. Está improvisando una solución en tiempo real, y es una solución más fantástica de lo que podríamos haber imaginado.
Para llevar nuestra práctica a ese nivel de destreza, creación y experiencia, debemos ponernos voluntariamente en situaciones que otros nunca elegirían. Debemos desafiarnos a nosotros mismos para descubrir qué, en nuestro almacén de recursos, puede hacer que nuestros circuitos cerebrales funcionen de nuevas maneras. Tenemos que ver otro potencial que nadie más puede imaginar como posible.
Debemos cortejar lo desconocido, para que podamos usar nuestra intuición y creatividad para hacer evolucionar nuestra experiencia.
La mente adepta es la máxima forma de neuroplasticidad. Cuando estamos en este estado, con un alto nivel de concentración única, nuestro cerebro dispara y se conecta en nuevas secuencias, patrones y combinaciones, perfectamente y sin dudarlo.
Nuevas opciones. Nuevos desafios.
La verdad es que en cualquier etapa que nos encontremos —principiante, iniciado, maestro o virtuoso— nos enfrentamos siempre a estos puntos de elección para seguir desarrollando nuestro estado de ser. Siempre tenemos que decidir, con intención, elegir algo diferente; elegir la evolución; elegir la excelencia; elegir el desafío… desde un nuevo nivel mental.
En cada etapa a lo largo del camino, nos sentiremos atraídos hacia nosotros mismos; a nuestros mismos viejos patrones del pasado. Nos enfrentaremos al deseo de autocomplacencia, o conformarnos con lo "suficientemente bueno". Nos encontraremos con la inclinación a apartarnos de lo difícil y lo desconocido; al impulso habitual e inconsciente de elegir lo predecible y familiar.
Pero si nuestro viaje como alma despierta es siempre querer que nuestra experiencia evolucione, nos volveremos más fuertes, más concentrados y más disciplinados a medida que progresamos en nuestra práctica. Nos comprometeremos más con nuestro crecimiento y descubrimiento de nosotros mismos. Y encontraremos que algunas de esas mismas viejas luchas simplemente no son tan interesantes como antes. Nos interesaremos mucho más en elegir nuevos desafíos y explorar los misteriosos regalos que traen consigo.
Los grandes maestros y virtuosos de la historia comenzaron su camino como principiantes e iniciados. Simplemente se sumergieron en la pregunta: "¿Hay más?"