Durante una sesión de preguntas y respuestas para jóvenes en un reciente retiro avanzado de una semana, un miembro de nuestra comunidad me preguntó algo con verdadera urgencia en su voz.
“Realmente siento la emoción de mi futuro en mis meditaciones”, dijo. “Pero ¿cómo es que la pierdo tan rápido una vez que abro los ojos? Quiero decir... tengo que trabajar mucho para recuperarla. ¿Por qué sucede eso tan rápido?
Hay muchas maneras de responder a esta pregunta, pero el ejemplo más poderoso o instructivo que pueda dar es el de las personas que se han curado a sí mismas a través de este trabajo. Lo que he aprendido después de años de presenciar sus transformaciones, y entrevistarlos para averiguar qué hicieron, es que hay dos razones principales por las que vuelven a sus meditaciones una y otra vez.
La primera razón tiene que establecerse en función de lo que no es. Las personas que están profundamente inmersas en este trabajo no están haciendo sus meditaciones —algunas tres o cuatro veces al día— principalmente para sanar.
Están haciendo sus meditaciones para cambiar.
Han comprendido algo profundo: antes de que podamos alcanzar cualquier objetivo externo —salud restaurada; mejores finanzas; una nueva relación— primero debemos entender que nada puede cambiar en nuestra vida… hasta que nosotros cambiemos.
Y cuando ya nos hemos superado y transformado, el “efecto secundario” de esa transformación puede producir los resultados deseados. Así es como mucha gente se ha curado; no preguntando: “¿Por qué no ha sucedido todavía? ¿Por qué no estoy curado?” Sino preguntando primero: “¿Qué tengo que cambiar de mí mismo para sanar?”
Refracción y Reacción
La segunda razón por la que tanta gente vuelve a sus meditaciones es para atenuar su período refractario emocional. Eso suena clínico y complejo, pero lo que significa es esto. Cuando estamos expuestos a un estímulo externo que desencadena una respuesta de estrés, tenemos una reacción... y a menudo es una reacción automática y habitual ligada a nuestras viejas historias y nuestro viejo yo. Nos hemos olvidado de nosotros mismos y de quiénes queremos llegar a ser. Nos hemos vuelto inconscientes.
Cuando esto sucede, nos llenamos de dudas, porque nuestras reacciones habituales nos sacan del momento presente y nos devuelven a las emociones de nuestro pasado. De repente, nuestra fe en nuestro nuevo futuro se tambalea y perdemos la confianza en nuestra capacidad de crear un cambio significativo y duradero.
Las personas que se han superado a sí mismas en este trabajo entienden esto. Y cuando se sientan a meditar, lo hacen con la intención de no levantarse hasta que vuelvan a sentir los sentimientos de su futuro.
En pocas palabras: no hacen sus tres o cuatro meditaciones al día para sanarse. Las hacen para quitarse la duda de que se puedan sanar.
Recordando y Reconectando
Entonces, ¿qué hacemos cuando tenemos la misma experiencia que ese joven con el que estaba hablando hace unas semanas? Cuando la duda comienza a tomar el control y nos damos cuenta de que estamos viendo las cosas a través de una lente muy estrecha... Cuando nos volvemos inconscientes y nos olvidamos de nosotros mismos...
Cuando nos descubrimos en medio de una reacción, hemos logrado algo importante: tomamos conciencia de lo que estamos haciendo. Con amabilidad y amor, podemos recordarnos lo que ya sabemos, pero que nos hemos permitido olvidar.
Cuando nos damos cuenta de que hemos vuelto automáticamente a una vieja emoción, una que está relacionada con todo lo conocido en nuestro entorno, podemos darle un nombre a esa emoción: duda, y decidir volver a nuestros sentimientos sobre nuestro futuro; practicar sentir esas emociones elevadas hasta que nuestra creencia en ese futuro se restaure.
Y al igual que muchas personas que han logrado transformaciones milagrosas, volvemos a nuestras meditaciones. Nos sentamos con la intención de no levantarnos hasta sentir las emociones de nuestro nuevo futuro.
Creo que somos eternos. Por eso, en la extensión de la eternidad, en el viaje de regreso a la fuente, pienso que lo que es más difícil, es lo que más importa. Cuando nos superamos a nosotros mismos, dominamos el momento y recalibramos nuestro sistema nervioso en la coherencia y el orden, literalmente estamos cambiando nuestro destino. La intención de autorregularnos se convierte en algo más relacionado con lo que somos en el viaje que con las circunstancias que nos rodean.
De esta manera, la meditación ya no se trata de realizar el acto solo por el acto en sí. Ya no se trata de intentar lograr un resultado deseado. Se trata de permanecer conscientes y no volvernos inconscientes en cuanto nos levantamos. Se trata de recordarnos a nosotros mismos.
Nuestras vidas están llenas de tantos estímulos externos; tantas alarmas internas que pueden sonar y desencadenar una reacción. Todos reaccionamos, pero podemos trabajar en la intensidad y la duración de esas reacciones.
Entonces, no trabajamos en acortar nuestro período refractario solo porque queremos ser emocionalmente inteligentes. Trabajamos en ello porque las emociones del estrés envían señales a los mismos genes que hacen que nos desconectemos del futuro.
Se convierte en una aplicación práctica. Volvemos a nuestras meditaciones una y otra vez, no porque queramos sanar, sino porque volvimos a nuestro antiguo yo. Porque entendemos que antes de que podamos sanar, tenemos que cambiar.
Cuando sintonizamos los sentimientos de nuestro futuro, y podemos permanecer en esos sentimientos, entonces estamos conectados a ese nuevo futuro. Nosotros realmente creemos en eso. Porque hemos superado nuestra duda, nos hemos convertido en nuestra creencia y hemos recordado lo que es posible. Y al hacerlo, estamos recordando nuestro futuro.